Cuando de pequeños nos preguntaban qué queríamos ser de mayores, la respuesta habitual solía ser decir una profesión a la que rápidamente añadíamos “como menganito o fulanita”. No cabe duda alguna de que en los procesos de discernimiento vocacional, de todo tipo, para elegir una profesión, un estado civil, un posicionamiento ante la vida etc. los modelos en los que mirarnos, esas personas con los que intentamos identificarnos, son una figura clave. Es curioso, de igual modo, que a veces tardamos años en descubrir hasta qué punto esas personas dejaron en nosotros su impronta imborrable. Ésta estaba ahí, en nuestro subconsciente, tan profunda que pensábamos que era parte natural de nuestro propio ser.
Hace unos días, por distintas casualidades que ahora no vienen al caso, encontré revolviendo entre viejos archivadores el obituario y la correspondiente tarjeta de recuerdo de Luis Fernández Conde el albondiguilla o el Willy, salesiano con el que compartí una etapa tan crucial en la vida de cualquiera como es la adolescencia y los primeros años juveniles. Al leer el lema que encabeza la tarjeta pensé que yo no hubiera escogido uno mejor para él: “Venga a nosotros tu reino”. Luis fue allá donde estuviere un incansable luchador por el Reino, Reino de Amor, Paz y Justicia. Y de inmediato me di cuenta que éste era, junto a las palabras “Padre nuestro”, mi fragmento favorito de esta oración. ¿Casualidad? Ahora, con la distancia que dan los años, no lo creo.
En la semblanza que de su vida hacía Miguel Aragón, Director de la casa salesiana del granadino Zaidín donde falleció el Willy, se nos invitaba a todos los que lo conocimos a completarla, “a seguir dando pinceladas al cuadro”. Así que hoy, casi veinte años después, he sacado mis pinturas, mi paleta, mi caballete, mis pinceles, y me he puesto delante del lienzo de su retrato para perfilarlo, añadir matices, colores, sombreados, consciente de que el cuadro resultante es también un poco mi propio autorretrato.
Mi recuerdo de Luis está indeleblemente ligado a mi primer día de clase en el colegio salesiano de Córdoba. Una marabunta de chicos en el patio esperando subir a las clases y yo allí en medio, sin querer separarme ni un instante de mi primo José María, el único al que conocía entre todo aquel gentío. Mi desconcierto y mi nerviosismo aumentaron cuando la asignación de clase nos hizo caer en grupos distintos y de pronto me vi rodeado de casi cincuenta (aquello sí que eran clases numerosas) desconocidos. Nuestro tutor entró como un torbellino en el aula, saludando a todos. “Me llamo Luis Fernández Conde, salesiano” -dijo- “pero todos me conocen por el Willy”. Y acto seguido comenzó a abrirnos su corazón de par en par hablándonos de sí mismo, de sus defectos y de sus virtudes, utilizando la célebre “ventana de Johari”: lo que los demás y yo sabemos de mí, los que yo solo sé de mí, lo que los demás saben de mí y yo no sé, lo que ni los demás ni yo mismo sabemos de mí. Un estilo más directo y cercano imposible. Quedé desde ese instante cautivo y desarmado. Luis hacía suya esa máxima de Don Bosco de ganarse el corazón de los jóvenes desde el primer segundo.
A partir de ahí nació una amistad que fue incrementándose con el paso de los años en las clases y fuera de ellas, amistad que se amplió a nuestra familia. Luis supo hacer de nuestra familia, como de otras familias, “su” familia. Mi madre aún recuerda el simpático revuelo que Luis montó en el hospital cuando fue a visitarla tras haber sido operada. Y toda mi familia se sonríe al recordar el sarao que se organizó durante las bodas de plata de mis tíos y en el que el carácter extrovertido de Luis, “la caló” y lo fresquita y bien que cae la sangría en las noches de verano hicieron verdaderos estragos entre toda la concurrencia.
En el plano más personal, las experiencias vividas junto a él durante los dos años en que coincidimos en Córdoba fueron intensas. Animador de nuestro grupo Vida, además de nuestras reuniones semanales procuraba que tuviéramos momentos intensos de reflexión y oración además de que participáramos en todo tipo de encuentros (pascuas, campamentos, campos de trabajo, etc.). Aún recuerdo un hoy impensable fin semana en Campobosco, en la serranía cordobesa, en pleno invierno, con diez o doce adolescentes entre los que el más “cocinillas” era yo y no pasaba de cocer unos macarrones y añadir unas salchichas, que además con su natural glotonería el cabrito del Willy se las zampó casi enteras antes de llegar a la mesa. Cabreos, meditación, risas, bromas, oración, …todo en una misma coctelera que hicieron de aquellos y otros muchos días inolvidables.
Aunque la más determinante de todas ellas quizá fuera, en mi caso, la participación en los encuentros europeos de jóvenes que promovía la comunidad de Taizé. El primero de ellos en París, sin cumplir los 15, con mi primo Javier, a los que luego seguirían Londres, Colonia, Barcelona, Roma, …Cuando nuestras vidas tomaron caminos distintos (Luis marchó a Canarias, Pozoblanco y finalmente Granada, donde de nuevo nos reunimos) el encuentro navideño de Taizé siguió siendo nuestro nexo de unión, aunque fuera por una horas. Hoy me pregunto hasta qué punto mi posterior interés profesional por los idiomas y la traducción, por la comunicación entre culturas, por el diálogo entre religiones, no ha sido sino una consecuencia natural de aquellas experiencias religiosas ecuménicas internacionales.
Precisamente de nuestros encuentros de Taizé conservó la cruz –su cruz- que él me regalara y que junto a una carta desde Canarias, una foto con mi primo Javier (lástima que entonces no hubiera cámaras digitales ni móviles para inmortalizar tantos buenos momentos que sólo han quedado en nuestras retinas y en nuestro corazón) y una carpeta de papeles conforman la herencia material que me dejó.
Luis era un infatigable comunicador: boletines; materiales para pascuas, campamentos, celebraciones; apuntes; … todo escrito a máquina (esa pequeña máquina de escribir portátil que siempre le acompañaba) y reproducido a multicopista. Entre todo ese material sobresale el manuscrito de un librito que él había titulado Lectura joven y que me entregó cuando en una de sus últimas fases de depresión se estaba quedando como él mismo decía “en espíritu puro”. Lo integran 365 pensamientos, williflashes como él los había llamado en alguna ocasión, tan en la tradición salesiana de las palabritas al oído. Mensajes directos, no pocas veces con mucha miga y que invitan a una reflexión profunda. Parte de ellos son fruto de su honda a la par que sencilla espiritualidad, su vivencia y experiencia de Dios, y reflejan a un tiempo su opción vital por los jóvenes y entre ellos los más desfavorecidos, sus “bizquitos” y “cabras locas”. Otros provienen de fuentes clásicas como la sabiduría popular, la tradición cristiana o el acerbo salesiano, que él reinterpretaba y actualizaba imprimiéndoles un sello muy personal.
Todos los que fuimos sus alumnos o sus animandos hemos escuchado buena parte de estos mensajes que él nos repetía una y otra vez hasta el punto que no pocos los hicimos nuestros. Para mí algunos fueron iluminadores, determinantes en mi manera de ser, de entender el mundo, de situarme en el mismo. Es mi propósito irlos publicando poco a poco es este blog, animándoos a que también vosotros los hagáis vuestros. Los que tuvisteis contacto con Luis podéis ir completando con vuestros comentarios su retrato.
Aunque irán apareciendo en el orden en que están escritos, para comenzar esta serie lo haré con uno de mis preferidos, por transmitir una imagen de Dios liberador que tanto bien me ha hecho en mi proceso de maduración personal y cristiana. Sé de buena tinta que la fuente de este pensamiento está en el hermano Roger, fundador del Movimiento de Taizé al que Luis interpeló en uno de sus encuentros. Luis, impulsivo como siempre, se acercó a él y le pidió que le diera un mensaje para sus jóvenes. La respuesta que le dio impactó tanto a Luis que la hizo suya en forma de pensamiento:
18.- Aunque tu conciencia te condene, Dios no te condena. Su amor es más grande que tu conciencia. Él no tira de la cuerda. Él no castiga nunca. Él es un Dios de perdón y misericordia. Jamás un espíritu de temor.
Que ese Dios de Amor y Perdón que vuelve a hacerse niño un año más os bendiga. FELIZ NAVIDAD
Juan Pablo Arias
Juan Pablo Arias